Comentario
De lo que hizo el Almirante después que los rebeldes partieron a la Española, y de su ingenio para valerse de un eclipse
Volviendo ahora a lo que hizo el Almirante después que salieron los rebeldes, digo que procuró que a los enfermos que habían quedado con él, se les diese cuanto necesitaban para su restablecimiento; y que los indios fuesen tan bien tratados, que no dejasen de traer las vituallas que nos traían, con amistad y deseo de nuestros rescates; en lo que se puso tanta diligencia, y se atendió de tal modo, que en breve sanaron los cristianos, y los indios continuaron algunos días proveyéndonos con abundancia. Pero, como son gente de poco trabajo para cultivar campos grandes, y consumíamos nosotros en un día más que ellos comen en veinte, habiéndoles faltado entonces el afán de nuestros rescates, que ya estimaban en poco, siguiendo casi el parecer de los conjurados, pues veían tan gran parte de los cristianos contra nosotros, no cuidaban de traernos las vituallas que necesitábamos, por lo que nos vimos en sumo trabajo, pues si queríamos tomarlo por fuerza, era necesario que saliésemos todos a pelear, dejando al Almirante, que estaba gravemente enfermo de su gota, a gran riesgo en los navíos; y esperar a que de voluntad nos proveyesen era padecer más miseria, y darles diez veces más que se les daba al principio, pues sabían muy bien hacer su negocio, pareciéndoles que tenían muy segura su ventaja; por lo que no sabíamos qué partido tomar.
Pero como Dios nunca olvida a quien se le encomienda, como lo hacía el Almirante, le advirtió el recurso que debía emplear para estar proveído de todo y fue éste:
Acordóse de que al tercer día había de haber un eclipse de luna, al comienzo de la noche, y mandó que un indio de la Española que estaba con nosotros llamase a los indios principales de la provincia, diciendo que quería hablar con ellos en una fiesta que había determinado hacerles. Habiendo llegado el día antes del eclipse los caciques, les dijo por el intérprete, que nosotros éramos cristianos y creíamos en Dios, que habita en el cielo y nos tiene por súbditos, el cual cuida de los buenos y castiga a los malos, y que habiendo visto la rebelión de los cristianos, no les había dejado pasar a la Española, como pasaron Diego Méndez y Fiesco, y habían padecido los peligros y trabajos que eran notorios en la isla; que igualmente, en lo que tocaba a los indios, viendo Dios el poco cuidado que tenían de traer bastimentos, por nuestra paga y rescate, estaba irritado contra ellos, y tenía resuelto enviarles una grandísima hambre y peste. Como ellos quizá no le darían crédito, quería mostrarles una evidente señal de esto, en el cielo, para que más claramente conociesen el castigo que les vendría de su mano. Por tanto, que estuviesen aquella noche con gran atención al salir la luna, y la verían aparecer llena de ira, inflamada, denotando el mal que quería Dios enviarles. Acabado el razonamiento se fueron los indios, unos con miedo, y otros creyendo sería cosa vana.
Pero comenzando el eclipse al salir la luna, cuanto más ésta subía, aquél se aumentaba, y como tenían grande atención a ello los indios, les causó tan enorme asombro y miedo, que con fuertes alaridos y gritos iban corriendo, de todas partes, a los navíos, cargados de vituallas, suplicando al Almirante rogase a Dios con fervor para que no ejecutase su ira contra ellos, prometiendo que en adelante le traerían con suma diligencia todo cuanto necesitase. El Almirante les dijo quería hablar un poco con su Dios; se encerró en tanto que el eclipse crecía y los indios gritaban que les ayudase. Cuando el Almirante vio acabarse la creciente del eclipse, y que pronto volvería a disminuir, salió de su cámara diciendo que ya había suplicado a su Dios, y hecho oración por ellos; que le había prometido en nombre de los indios, que serían buenos en adelante y tratarían bien a los cristianos, llevándoles bastimentos y las cosas necesarias; que Dios los perdonaba, y en señal del perdón, verían que se pasaba la ira y encendimiento de la luna. Como el efecto correspondía a sus palabras, los indios daban muchos gracias al Almirante, alababan a su Dios, y así estuvieron hasta que pasó el eclipse. De allí en adelante tuvieron gran cuidado de proveerles de cuanto necesitaban, alabando continuamente al Dios de los cristianos; porque los eclipses que habían visto alguna otra vez, imaginaban que sucedían en gran daño suyo, y no sabiendo su causa, ni que fuese cosa que ha de suceder a ciertos tiempos, ni creyendo que nadie pudiera saber en la tierra lo que pasaba en el cielo tenían por certísimo que el Dios de los cristianos se lo había revelado al Almirante.